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MAURICIO ROJAS: «LAS DOS CARAS DE EUROPA»

El pasado 22 de octubre, Libertad y Desarrollo celebró su aniversario número 22 con el intelectual chileno y ex congresista en Suecia, Mauricio Rojas, quien se refirió a “Las dos caras de Europa”, abordando en profundidad las consecuencias del Estado de Bienestar.

A continuación, reproducimos un fragmento de su discurso.

Europa tiene muchos rostros, es muy diversa. En primer lugar, no todo es crisis en Europa. Existe también una Europa emergente, la Europa que algún día fue parte de la Unión Soviética y algunos de sus ex satélites. También hay un interesante y prometedor polo báltico de crecimiento que reúne a los países bálticos, Polonia, el noroeste de Rusia, la parte norte de Alemania, Dinamarca, Suecia y Finlandia. Sin embargo, también existe la Europa que está en una profunda crisis.

¿Qué ha pasado con esta Europa occidental desde la que hoy llegan noticias tan preocupantes? Lo primero que hay que decir es que lo que ha ocurrido no ocurrió de repente. Crisis tan profundas como la que se vive en gran parte de Europa son producto de un largo periodo de acumulación de problemas y debilidades que finalmente, cuando se produce algún acontecimiento puntual desencadenante como la crisis financiera del 2008, dan origen a una situación de crisis.

Por lo tanto, para entender lo ocurrido hay que recorrer unas cuantas décadas de desarrollo europeo. Hay que recordar que ya en los años 80 se acuñó el concepto de “euroesclorosis”, que apuntaba a las dificultades de Europa Occidental para adaptarse dinámicamente a un nuevo escenario global. Europa reaccionaba lenta y defensivamente frente a los cambios. Tratando más bien de defender lo que se tiene que de buscar lo que se puede llegar a tener.

Esta actitud defensiva, conservadora, se plasmó en el desarrollo acelerado de grandes Estados intervencionistas, cuya función fundamental era la de garantizar una serie de derechos que la población europea supuestamente ya había adquirido de una vez y para siempre. Este fue el así llamado Estado de Bienestar, Benefactor o Social, que creció desmesuradamente desde la década del 70 hasta transformarse en el corazón de lo que se conoció como Modelo Social Europeo.

El gran Estado tuvo una serie de características: su enorme capacidad de intervención, de regulación y de protección de lo existente, pero también los altísimos impuestos que imponía a fin de poder garantizar una creciente cantidad de derechos  a toda la población.

Todo ello llevó a una serie de problemas que se hicieron bastante sensibles con el tiempo, como ser la pérdida del incentivo a trabajar que se genera cuando los impuestos castigan fuertemente a los réditos del trabajo. Pero aún más decisivo en el largo plazo es que las regulaciones defensivas, en particular las relativas al mercado laboral, y los altos impuestos dificultaban y penalizaban severamente el esfuerzo emprendedor de la población europea, su voluntad de crear cosas nuevas.

Así, la política europea se orientó más a distribuir la riqueza ya creada que a fomentar la creación de nueva riqueza. Esta forma de actuar terminó transformándose en una verdadera cultura de los derechos adquiridos, derechos universales que no tienen una relación directa con el deber, con el esfuerzo, donde se pierde el vínculo entre lo que se hace y lo que se logra, entre la responsabilidad individual y lo que se puede obtener de la vida. Todo eso se fue diluyendo en Europa y las nuevas generaciones fueron a una escuela que les enseñó que la vida es un juego y que no tenían que preocuparse mucho porque existía alguien, el Estado, que a fin de cuentas se responsabilizaba de su bienestar. Estos son los “indignados” que hoy vemos en las plazas de Europa, pidiendo derechos que hoy nadie puede darles. Son las grandes víctimas de las promesas del Estado de bienestar y su desilusión es manifiesta, así como también lo es su creciente frustración frente a lo ocurrido.

Ahora bien, para ilustrar muy concretamente lo que el desarrollo europeo ha significado en pérdida de capacidad generadora de riqueza es necesario ver dos cifras: 26 son las empresas que se han creado en California desde el año 1975 y que están dentro de las 500 mayores del mundo. Por su parte, en toda la Zona Euro, con más de 300 millones de habitantes, se ha creado desde el año 75 en adelante apenas una empresa que esté en esta categoría. Ese es el resultado condensado de una cultura que no premia el esfuerzo, que no premia el emprendimiento, que no aplaude el enriquecimiento legítimo y que hace de la redistribución su principal afán.

Hay muchos ejemplos similares, como el del medio millón de científicos, técnicos y emprendedores europeos de primera línea que han buscado en los Estados Unidos el lugar donde realizar sus sueños.

Ahora bien, este es el panorama general de Europa Occidental, pero existen también grandes diferencias entre los países que la conforman. Simplificando, vemos una Europa del Norte o germano-nórdica que sigue manteniéndose a flote y una Europa del Sur  en profunda crisis.

Hay muchas maneras posibles de explicar esta diferencia. Se trata de culturas e historias que distan mucho unas de otras. Sin embargo, yo creo que existe una diferencia mucho más elemental y de gran importancia en este contexto. Las sociedades del norte de Europa expandieron sus grandes Estados mucho antes que las del sur y por ello experimentaron mucho antes todos sus problemas. Suecia, país pionero en este sentido, pasó hace ya unos veinte años por una crisis muy similar a laque hoy viven España o Italia. Un gasto fiscal equivalente a más del 60% del PIB llevó a un fuerte deterioro del incentivo a trabajar y del emprendimiento. Una suerte de populismo del Estado de Bienestar lo llevó a prometer demasiado durante los buenos tiempos, creando sistemas sociales que se hacen insostenibles apenas la coyuntura se hace menos favorable. Esto es lo que ocurrió en Suecia a comienzos de los 90, cuando una recesión internacional condujo a un fuerte aumento de la cesantía y a una caída de la recaudación fiscal que dio origen a un desastroso déficit fiscal del más del 10% del PIB y la caída estrepitosa del viejo “modelo sueco”.

Crisis de alguna manera parecidas afectaron a Alemania, Dinamarca, Finlandia u Holanda, obligando a estos países a moderar y hacer algo más dinámicos sus grandes Estados. No fueron reformas suficientes como para poder revertir las tendencias al estancamiento ya señaladas, pero les han permitido a esos Estados enfrentar la actual crisis en mucho mejores condiciones que los del sur de Europa.

La desgracia de los países del sur es que llegaron a la sociedad de los derechos hace no mucho, expandiendo enormemente sus Estados de bienestar desde mediados de los 90. Lo hicieron además bajo condiciones que invitaban al desenfreno. En ello el euro jugó un papel clave ya que generó una apariencia de solidez financiera y seriedad fiscal a sociedades que nunca la habían tenido por sí mismas. Ello se conjugó con un momento de recesión en Alemania que presionó las tasas de interés a la baja. Para las sociedades del sur de Europa ello significó el poder disponer de dinero abundante y barato, con tasas de interés que de hecho reducían el costo del crédito a cero.

Eso desencadenó una serie de burbujas en Europa del Sur. Primero de endeudamiento, tanto de parte de las familias como de las empresas y los Estados. Así se llegó a situaciones como la española, donde la deuda total acumulada equivale a 3,5 veces su PIB. El endeudamiento posibilitó una sobre inversión en proyectos inmobiliarios, industriales y de infraestructura. La burbuja crediticia y la inmobiliaria condujeron a una burbuja política ya que las arcas fiscales recibían una plétora de impuestos de diverso tipo. Y todo eso llevó a una inflación de derechos realmente notable, con promesas y sistemas sociales que solo eran sustentables si continuaban indefinidamente las condiciones excepcionales bajo los que fueron creados. Fue, en suma, una exhibición de irresponsabilidad y populismo.

Hoy en día Europa del Sur está viviendo el despertar traumático del sueño del bienestar con dinero prestado, pero su despertar manifiesta una diferencia fundamental con lo ocurrido en Europa del Norte donde predominó una tendencia a la unidad, a entender que “o estamos juntos y trabajamos juntos o nos hundimos juntos”. Ese espíritu brilla por su ausencia en los países del sur, donde parece que todos luchan por defender sus derechos aunque el país se hunda.

En suma, Europa nos deja una lección bastante triste pero importante acerca de la pérdida de ciertos valores fundamentales sin los cuales las sociedades languidecen y, finalmente, entran en crisis. Se trata de la relación entre deberes y derechos, entre esfuerzo y resultado, entre lo que los individuos y el Estado deben hacer. El largo estancamiento y luego la crisis europea nos advierte acerca de los peligros del gran Estado, que aparentemente nos puede resolver todos los problemas, pero que con su intervencionismo, sus regulaciones, sus altos impuestos y sus promesas desmedidas termina creando problemas mucho más serios.

Ahora bien, lo más trágico de lo que está pasando en Europa es que ese gran proyecto de paz y amistad entre los pueblos de Europa que fue la Unión Europea está siendo hoy minado por esta situación de crisis donde todos quieren que el vecino pague, donde los del sur quieren que paguen los del norte y los del norte ven a sus socios del sur como desvergonzados derrochadores. Esto es una tragedia porque se está generando una agresividad entre los pueblos de Europa que es directamente lo opuesto a lo que se perseguía con la Unión Europea. Sin embargo, esto es un resultado lógico de haber forzado la Unión más allá de lo que era razonable. El euro es el ejemplo más patente de esto. Fue impuesto contra viento y marea por algunos grandes líderes enceguecidos por la grandeza de su propósito. Fue un acto de voluntarismo político que hoy tiene un futuro bastante incierto. Más aún, yo creo que el euro no va a sobrevivir a las conmociones actuales y lo único que espero es que no se lleve consigo a la Unión Europea misma, porque esto sí sería una gran tragedia.

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